2025: 46 mujeres asesinadas y 3 menores | Si la culpa es de “todos", al final no es de nadie.
No son números, son vidas arrancadas
En 2025, 46 mujeres han sido asesinadas por violencia de género en España y tres menores han sido víctimas de violencia vicaria. Más de 1.300 mujeres han sido asesinadas desde 2003, una cifra que haría caer a cualquier gobierno… si se contaran como algo más que estadística. El propio Estado certifica que una de cada tres mujeres ha sufrido algún tipo de violencia machista a lo largo de su vida.
El “fracaso colectivo” que sirve de coartada
Llamarlo “fracaso colectivo” suena humilde, pero es también un parapeto perfecto: si la culpa es de “todos”, al final no es de nadie. Mientras se repite el mantra del duelo institucional, se blindan las leyes, el sistema VioGén, las pulseras y los juzgados como si fueran intocables dogmas de fe. El foco se desplaza: el problema no es si el sistema funciona, sino si las mujeres denuncian lo bastante y si el vecindario se indigna lo suficiente.
Un sistema blindado, unas víctimas expuestas
La macroencuesta reconoce que el 12,7% ha sufrido violencia física o sexual y que la violencia psicológica y económica siguen disparadas, pero la tasa de denuncias sigue siendo baja y la intervención del entorno apenas llega al 4,8% de los casos. Al mismo tiempo, se presume de que las pulseras telemáticas “funcionan” mientras se reconocen fallos técnicos en 2025 que ponen en duda su infalibilidad. Hay más fe en el dispositivo que en la mujer que avisa de que su vida corre peligro.
El negacionismo como villano perfecto
Frente a esta arquitectura, el enemigo es redondo: el negacionismo, las campañas sobre “denuncias falsas” y la extrema derecha convertida en saco de boxeo moral. Es un villano cómodo: permite atrincherarse en el “consenso” sin hablar de recursos, de juzgados saturados, de servicios cortados a las ocho de la tarde o de casas de acogida que no dan abasto. La violencia se presenta como un meteorito cultural mientras las políticas públicas se venden como paraguas agujereados pero “imprescindibles”.
Lo que sí sabemos, pero no queremos mirar
Sabemos que las denuncias falsas son residuales, que los agresores no se señalan solos y que las víctimas siguen muriendo incluso después de haber pedido ayuda. Sabemos que cada cierre de año trae un nuevo recuento de asesinadas y el mismo ritual de minutos de silencio, la misma liturgia institucional, la misma promesa de “reforzar los recursos”. Lo absurdo es seguir llamando a esto normalidad democrática.
No es un fracaso colectivo, es una elección política
La violencia de género no es un accidente del sistema; es el sistema aceptando un nivel de daño estructural como si fuera el precio inevitable de existir. Cuando año tras año asumimos decenas de asesinatos como un parte meteorológico más, la elección no la hace solo el agresor: la hace cada recorte, cada retraso judicial, cada recurso que no llega. Seguir hablándole al vacío como si fuera “sociedad” es la forma más elegante de no señalar a nadie y dejarlo todo exactamente donde está.
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