España: de estadistas a community managers con acta de diputado


Hubo un tiempo en que los líderes políticos lideraban y los asesores solo afinaban el mensaje. Hoy es al revés: los asesores gobiernan, los líderes posan y el país bosteza. Pero no, no es nostalgia: es constatación. España ha pasado de la política con mayúsculas al marketing con filtros.

Hubo una época —y no hace tanto— en la que los nombres que ocupaban la primera línea de la política española tenían peso propio. Felipe González, José María Aznar, Alfonso Guerra o Jordi Pujol no eran perfectos, ni falta que hace convertirlos en santos laicos. Pero tenían algo hoy en extinción: autoridad política, proyecto claro y una capacidad de mando que trascendía las siglas. Se les podía criticar hasta desgastar la tinta, pero mediocres no eran. Tenían intención, dirección y, sobre todo, espesor.

Hoy, en cambio, la mediocridad se ha convertido en la atmósfera dominante. Pedro Sánchez destaca —al menos— porque parece tener una estrategia reconocible, guste o no. Pero del resto… poco que rascar. Feijóo se ha profesionalizado en la sosería política: un liderazgo tan gris que hasta su propia gente parece bostezar antes de aplaudir. Y Abascal se ha transformado en personaje, más pendiente de la cámara que de la complejidad del país, fiel a un guion que repite sin salirse un milímetro. Un político actor, cómodo en la polarización porque ahí siempre hay público.

Mientras tanto, España no avanza. La política se ha convertido en un producto empaquetado por equipos de comunicación que deciden qué se dice, cómo, cuándo y con cuántos adjetivos. No hay espacio para el riesgo ni para el pensamiento propio: todo se cocina en oficinas con aire acondicionado y miedo a la frase imprevista.

En el PSOE han apostado por desgastar al PP antes de que el PP desgaste al Gobierno. Y, visto lo visto, les funciona. En el PP, en cambio, viven atrapados en la obsesión de derribar a Sánchez esperando que el tiempo haga el trabajo que su proyecto no termina de hacer. Y no, el reloj no gana elecciones.

Abascal, por su parte, “a la choca”, fiel al manual de la confrontación rentable, instalado en un discurso que no cambia ni medio grado. La crispación, al fin y al cabo, da likes, da clics… y da puestos.

El verdadero problema es que ya no lideran los líderes: lideran los asesores, los spin doctors, las consultoras. Ellos colocan las comas, los silencios, los ataques y las sonrisas ensayadas. Y los medios, afines o no, acaban alimentándose de lo que esos equipos fabrican. No por maldad, sino porque la política actual no deja hueco para otra cosa: está diseñada para reproducirse, no para pensarse.

Y mientras, la ciudadanía también cambia. Se vuelve más hooligan, más polarizada, más dispuesta a gritar que a escuchar. Más postureo, menos reflexión; más odio al adversario, menos comprensión del país real. Cada bando levanta su muro con orgullo y luego se sorprende de que nadie pueda cruzarlo.

Nada de esto es bueno.
Pero nada

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