Pedro Sánchez: el último mohicano de una política que se desangra
En El último mohicano, la lucha no es solo contra los enemigos visibles, sino contra un mundo que se derrumba sin remedio. Ese es, justamente, el territorio político de Pedro Sánchez: un líder que avanza entre fuegos cruzados, alianzas frágiles y una oposición que ruge como Magua en modo venganza perpetua.
Sánchez se mueve como un superviviente solitario. No porque le falten apoyos parlamentarios, sino porque cada apoyo es una exigencia, una factura, un recordatorio de lo precario que es su terreno. Gobierna a golpe de crisis, siempre al borde de la emboscada, siempre justificando cada movimiento como si fuera una batalla final.
Su épica inicial —el caído que resurge— quedó atrás. Hoy camina en un paisaje político chamuscado, donde la polarización se ha vuelto norma y donde cada gesto genera sospecha. Como en la película, el entorno se vuelve irrespirable, y él continúa avanzando mientras todo alrededor se agrieta: instituciones debilitadas, debates convertidos en trincheras, ciudadanía cansada.
La pregunta no es si Sánchez es un héroe. La pregunta es si puede seguir avanzando en un país que ya no confía en nadie. Porque, si algo enseña El último mohicano, es que nadie sobrevive aislado. Y Sánchez, cada vez más solo entre alianzas que lo ahogan y rivales que lo cercan, corre el riesgo de acabar lamentando no al enemigo, sino a todo lo que desapareció mientras libraba su enésima batalla.

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