Vuelve la Francomanía: cuando añorar la dictadura se convierte en tendencia

¿Y si el verdadero giro vintage de la juventud española no pasa por los vinilos ni las camisas hawaianas, sino por una nostalgia descarnada de tiempos grises y órdenes rígidas? Mientras el CIS revela que 1 de cada 5 españoles coloca el franquismo en la estantería de los “buenos recuerdos”, el campus universitario se convierte en laboratorio social: algunos idealizan un pasado que no pisaron, otros suben el volumen del “nunca más”. La Francomanía ha vuelto, pero no en blanco y negro, sino en tecnicolor y trending topic, donde el debate sobre la memoria parece ser el nuevo filtro de moda para una generación que juega con la historia como quien rebusca rarezas en el armario de los abuelos.

Durante décadas, el franquismo fue ese capítulo sucio de la historia española que se ocultaba bajo la alfombra familiar, como un secreto incómodo durante la sobremesa. Pero, medio siglo después, el “espíritu vintage” ha mutado en algo mucho más ácido: la Francomanía. Según el CIS, un 21,3% de españoles suspira por los años del dictador, catalogándolos como “buenos” o “muy buenos”. ¿Efecto amnesia histórica? ¿O simple hartazgo ante la incertidumbre democrática donde el “todo cambia para que nada cambie”?

En las facultades de toda España, especialmente en la Universidad Complutense —epicentro del sondeo—, lo que antes eran debates sobre memes, ahora son réplicas sobre si Franco, en realidad, fue ese “director de orquesta” impasible, o el gran villano del relato patrio. Por un lado, jóvenes que afirman con desparpajo que “se vivía mejor”; por otro, quienes ven en aquellos años una noche interminable de represión, censura y exilio. Los matices desaparecen ante el ruido de redes y encuestas, pero lo que queda claro es que la dictadura nunca desapareció del todo: simplemente se mudó de disfraz y encontró wifi.

¿Y si el verdadero giro vintage de la juventud española no pasa por los vinilos ni las camisas hawaianas, sino por una nostalgia descarnada de tiempos grises y órdenes rígidas? Mientras el CIS revela que 1 de cada 5 españoles coloca el franquismo en la estantería de los “buenos recuerdos”, el campus universitario se convierte en laboratorio social: algunos idealizan un pasado que no pisaron, otros suben el volumen del “nunca más”. La Francomanía ha vuelto, pero no en blanco y negro, sino en tecnicolor y trending topic, donde el debate sobre la memoria parece ser el nuevo filtro de moda para una generación que juega con la historia como quien rebusca rarezas en el armario de los abuelos.

El fenómeno no es aislado ni español. Basta con asomarse al vecindario europeo: el auge de las extremas derechas es transversal, y la nostalgia de los “tiempos ordenados” se embotella y vende en formato de likes, vídeos cortos y titulares alarmistas. La “marca Franco”, que debería haberse extinguido con el NO-DO y los uniformes de charol, vuelve al prime time. Pero, ¿qué buscan estos jóvenes? ¿Realmente quieren menos derechos, más gris y toques de queda?

Desgraciadamente, la respuesta es más incómoda que un talk show de madrugada: lo que existe es una insatisfacción profunda hacia el presente, unas expectativas económicas frustradas y un hastío generalizado frente a una política que promete mucho y cumple poco. El franquismo, ese monstruo de hemeroteca, se reinterpreta como mito de orden, estabilidad y pan en la mesa. Da igual que el pan fuese duro y el pensamiento, aún más. El relato acaramela el pasado y desinfecta el trauma: “con Franco esto no pasaba”.

La Francomanía cabalga sobre algoritmos y desencanto, sobre la precariedad laboral y el desarraigo digital de una generación sin horizonte fijo. Nadie en sus cabales quiere volver a la censura, la miseria o las listas negras. Pero sí hay quienes se enganchan a la estética de los extremos, aunque sea solo por llevar la contraria o porque la indignación vende más que la memoria.

¿Esto significa que España está abocada a repetir el ciclo? No necesariamente. Pero si algo está claro, es que la conversación sobre la dictadura ya no es patrimonio de abuelos y tertulianos de casino: es la nueva trinchera cultural, donde perder la memoria resulta más fácil —y peligroso— de lo que parece.

Sea por provocación o por verdadera desinformación, la Francomanía es la alarma que nadie pidió y que todos deberíamos escuchar antes de que el pasado vuelva por nuestros derechos como ladrón nocturno con llaves de repuesto. ¿Qué será lo próximo, coleccionar sellos de la Sección Femenina en Wallapop?

Lo vintage está de moda… pero el fascismo, ni con luz de filtro retro.

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