52 leyes, 52 decisiones: el sentido de gobernar en minoría
Mientras algunos siguen repitiendo “parálisis” como una letanía, un Gobierno en minoría ha sacado adelante 52 leyes y ha ganado el 91% de las votaciones en el Congreso. No son solo números: son reformas que ponen a las personas con discapacidad en el centro, protegen a quienes pueden perder su casa, acompañan a las familias que cuidan y responden cuando el país se inunda o se cubre de lava. La política, cuando funciona, va de eso: de tomar decisiones mientras otros se conforman con hacer ruido
“Bloqueo”, “parálisis”, “cenizos de siempre”. Hay palabras que no describen un país, sino el estado de ánimo de quienes llevan demasiado tiempo mirando la realidad desde la barandilla. El artículo “El Gobierno funciona: 52 leyes, 52 avances” no discute solo cifras: discute esa manera cansada de entender la política como lamento perpetuo.
Porque una cosa es repetir que España está detenida y otra muy distinta es mirar de frente lo que ha pasado estos dos años: 52 leyes aprobadas y un 91% de votaciones ganadas en el Congreso por un Gobierno en minoría. No es un detalle técnico, es casi una metáfora de época: cuando todo empuja al “no se puede”, alguien ha decidido hacer el trabajo incómodo de negociar, ceder, insistir y volver al escaño con otro acuerdo bajo el brazo.
Detrás de cada una de esas normas hay algo más que un BOE. Está la reforma del artículo 49 de la Constitución, que barre del texto los restos de una mirada humillante y coloca a las personas con discapacidad donde siempre debieron estar: en el centro de los derechos. Está la Ley ELA, escrita con la prisa serena de quien sabe que el tiempo de otros se mide en respiraciones y no en ciclos electorales. Está la Agencia Estatal de Salud Pública, nacida después de una pandemia que nos recordó que no hay épica posible sin hospitales que aguanten.
Están los permisos de nacimiento y cuidados que ensanchan un poco las casas, la Ley de Movilidad Sostenible que intenta que el futuro no sea un lujo, las normas que detienen un desahucio cuando la última maleta ya estaba en el rellano, las respuestas a la DANA y al volcán de La Palma cuando el agua y la lava se llevaron por delante más que paredes. Nada de eso cabe en un eslogan, pero ahí es donde la política se parece menos a un plató y más a una tarea.
Al otro lado, la oposición ha elegido un papel más cómodo: votar en contra del salario mínimo, de la revalorización de las pensiones, de la transición ecológica, de los derechos civiles. No hay un país alternativo, solo la promesa de que, si todo va mal, ellos ya estaban allí para decir “te lo dije”.
España no está hecha de trending topics, sino de decisiones silenciosas que a veces solo conocen quienes las necesitan. Por eso el mensaje final no es una consigna, sino una constatación: este Gobierno funciona porque, mientras otros discuten el relato, alguien se ha ocupado de que la vida, con todas sus heridas, siga avanzando un poco más.
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