Emigración: el problema que Europa no quiere entender
La emigración no es una “crisis”, es la factura pendiente de siglos de saqueo, guerras por recursos y dictadores amigos de Occidente, mientras Europa levanta campos de deportación y vende humanidad low cost para tranquilizar conciencias.
La emigración es el síntoma, no la enfermedad. Mientras los telediarios repiten “oleadas”, “avalancha” o “presión migratoria”, casi nadie se atreve a decir lo obvio: si se vacía África es porque alguien la está exprimiendo hasta la última gota de petróleo, gas, coltán y pescado. No huyen de sus países, huyen de nuestro modelo económico.
Europa responde con más vallas, más concertinas y ahora, campos de deportación externalizados en terceros países, siguiendo el “modelo Meloni” y el viraje a la derecha de la Comisión Europea. Es la misma lógica de siempre: subcontratar la violencia, pagar a regímenes dudosos para que hagan el trabajo sucio y fingir que todo se hace “respetando los derechos humanos”. Blindar fronteras sale más barato que mirar de frente las causas.
La solución real pasa por donde nadie quiere mirar: desarrollo en origen, sin dictadores y sin multinacionales saqueando el territorio. Países con recursos de sobra para vivir dignamente se mantienen en pobreza crónica mientras compañías extranjeras se llevan la riqueza y dejan migajas, desempleo y mar de fondo migratorio. No es una tragedia inevitable, es un modelo de negocio.
Ayudar a los países de origen significa dejar de sostener tiranos “amigos”, cortar el grifo a las élites corruptas y obligar a las grandes empresas a pagar lo que deben: impuestos, salarios dignos y transferencia real de tecnología. Significa invertir en salud, educación, industria local y soberanía alimentaria en lugar de convertir esos países en minas a cielo abierto y caladeros para nuestra comodidad.
La emigración es un problema difícil de resolver porque los responsables no están en las pateras, están en los consejos de administración. Mientras se criminaliza al que se sube a una barca, se premia al que firma contratos que garantizan décadas de subdesarrollo. Sin justicia económica no habrá política migratoria que funcione: solo más muros, más muertos y más hipocresía en prime time.
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