Juan Carlos I, el Rey corrupto que aumento la tóxicidad sobre la monarquía
Juan Carlos I, el Rey corrupto, vuelve a escena con vídeos lacrimógenos sobre la Transición mientras su fortuna opaca, sus comisiones y sus regularizaciones fiscales siguen dañando la imagen de Felipe VI y de una monarquía que vende ejemplaridad pero huele a impunidad.
Juan Carlos I, el Rey corrupto, se ha reinventado como narrador nostálgico de la Transición, lanzando vídeos donde se presenta como padre de la democracia y pide apoyo para Felipe VI, justo cuando la institución está más cuestionada que nunca. Mientras habla de “legado” y “servicio a España”, siguen pesando sobre su figura las investigaciones sobre comisiones millonarias, cuentas en paraísos fiscales y una fortuna personal tan opaca como la transparencia de la Casa Real.
Durante años, la Fiscalía del Supremo ha señalado que Juan Carlos I llegó a enriquecerse gracias al cobro de comisiones por negocios internacionales, regularizando millones a Hacienda solo cuando la presión mediática y judicial era insoportable. No se trata de rumores: hubo investigaciones sobre el AVE a La Meca, fundaciones como Zagatka y donaciones sospechosas que destaparon un modo de vida basado en el privilegio, la opacidad y el “todo vale” mientras se pedía sacrificio al resto de la ciudadanía.
Felipe VI intenta vender la imagen de rey austero, transparente y moderno, renunciando públicamente a la herencia de su padre y retirándole la asignación cuando el escándalo ya era inasumible. Pero por mucho que repita la palabra “ejemplaridad”, la marca “monarquía borbónica” está tatuada con las tarjetas opacas, las regularizaciones a la carrera y el exilio dorado del emérito. Cada vídeo emotivo de Juan Carlos I pidiendo apoyo para su hijo es, en realidad, un recordatorio de que el rey que pide comprensión es el mismo que tuvo que salir del país rodeado de sospechas de corrupción.
La impunidad no se borra con un mensaje de Navidad ni con un vídeo con banderita al fondo. Cuando instituciones y Fiscalía cierran filas, archivan causas y suavizan responsabilidades, el mensaje es claro: para Juan Carlos I la ley ha sido más flexible que para cualquier ciudadano corriente. El resultado es una monarquía que pretende pasar página sin leerla, con un Felipe VI atrapado entre su discurso de regeneración y la herencia envenenada de un padre que simboliza el viejo régimen del privilegio blindado.
Juan Carlos I, el Rey corrupto, puede reescribir su relato en memorias y vídeos, pero no puede borrar la hemeroteca de comisiones, fortunas opacas e investigaciones archivadas por el camino. Y cada vez que pide apoyo para Felipe VI, recuerda al mundo que el verdadero problema de la monarquía no es la crítica, sino su propio pasado.
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