Junts y Puigdemont: la hora de irse… o hundirse

Junts y Puigdemont afrontan su propia encrucijada: o renuevan liderazgos, discurso y estrategia, o el partido seguirá encogido entre malas encuestas, hartazgo interno y el ascenso de otros proyectos independentistas que ocupan el espacio que ellos dejaron vacío.​

Junts lleva años viviendo de la foto fija de 2017 mientras el tablero catalán cambia a toda velocidad y los viejos reflejos ya no sirven para sumar ni votos ni poder real. Puigdemont mantiene un control férreo del partido, pero el exilio, las malas encuestas y la competencia por la derecha independentista han convertido ese liderazgo simbólico en un freno práctico para cualquier intento serio de renovación. Cuando el líder sigue siendo intocable pero el pastel de votos cada vez es más pequeño, el problema ya no es Madrid: es tu propia casa.​

Dentro de Junts crece el hartazgo con una estrategia que sigue abrazada al pasado mientras el presente exige respuestas nuevas, proyectos creíbles y una organización que tome decisiones pensando en hoy, no en el relato épico de ayer. Alcaldes, cuadros intermedios y bases ven cómo otros llenan el vacío con discursos más duros o más pragmáticos, mientras Waterloo monopoliza el símbolo y abandona la gestión cotidiana. El resultado es un partido atrapado entre la nostalgia y el miedo al cambio, viendo cómo su espacio se encoge elección tras elección.​

Hablar de “sucesión” de Puigdemont no es traición, es supervivencia política. Ningún proyecto colectivo puede avanzar si depende eternamente de un solo nombre, de una sola épica y de una sola estrategia reciclada hasta la náusea. Si Junts no asume que ha llegado la hora de abrir el melón del relevo, de redefinir el rumbo y de construir un liderazgo coral, el hoyo será cada vez más profundo… y otros estarán encantados de ocupar ese espacio que el partido se niega a reconstruir.​

La política catalana no necesita más reliquias, necesita proyectos que entiendan que cambiar no es rendirse, es la única forma de seguir vivos.

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