Podemos vs Sumar: Hay cosas que no se olvidan.



Pablo Iglesias y Yolanda Díaz simbolizan una ruptura en la izquierda donde los egos pesan más que las siglas, las listas valen más que los discursos y, sobre todo, hay cosas que no se perdonan aunque se hable de unidad y de sumar.

Hay cosas que no se perdonan, y la relación entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz es ya el manual práctico de cómo se rompe un espacio político mientras se habla de unidad. Lo que empezó como una sucesión pactada, con Iglesias señalándola como heredera del liderazgo y elevándola a la cúpula del poder, terminó convirtiéndose en una guerra de listas, vetos y reproches donde nadie olvida quién quiso jubilar a quién y con qué método.​

Primero llegaron las sonrisas y los halagos públicos, luego los silencios calculados y, al final, los cuchillos en forma de candidaturas, exclusiones y portavocías negadas. Cuando Iglesias advierte que “Podemos debe ser respetada” y acusa a Díaz de trabajar para destruir el partido, no está lanzando una frase aislada: está poniendo palabras a una herida que lleva años abriéndose entre actos, negociaciones y congresos.​​

En cada negociación interna se repite la misma escena: Sumar vendiendo “nueva política” mientras cierra acuerdos en despachos y Podemos exigiendo respeto mientras levanta un muro frente a cualquier intento de diluir sus siglas. La batalla por las listas, desde las generales hasta los territorios, ha sido la verdadera guerra: quién entra, quién sale, quién cae al fondo del cajón en puestos imposibles y quién se queda fuera con la etiqueta de “renovación”.​

Lo atemporal de este choque es la lección política que deja: cuando un liderazgo intenta construir su proyecto sobre el cadáver simbólico del anterior, el anterior responde convirtiéndose en su principal enemigo. Iglesias no perdona que Sumar naciera como alternativa a su marca; Díaz no olvida que cada movimiento suyo se mide bajo la sospecha de traición al fundador. Al final, la militancia asiste al espectáculo de ver cómo quienes pidieron unidad acaban compitiendo por ver quién borra antes el nombre del otro de las papeletas.​

Por eso esta historia sigue viva aunque cambien las fechas, los cargos o las coaliciones. Mientras haya memoria de aquella sucesión abrupta, de los vetos cruzados y de las frases envenenadas en entrevistas, habrá un mensaje que no caduca: en política puedes negociar casi todo, pero hay humillaciones, desprecios y relegaciones que no se olvidan ni se perdonan.

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