Políticos y acoso sexual: el secreto peor guardado del poder.
Los partidos se llenan la boca de feminismo, protocolos y tolerancia cero, pero cuando el foco apunta a sus propios despachos siempre aparece la misma coartada: “información reservada”, “investigación interna”, “no hay que hacer juicios paralelos”. Mientras tanto, las denuncias se acumulan y los cargos se van por la puerta de atrás “para no dañar al partido”.
Cuando un político cae por presunto acoso sexual, el relato oficial siempre empieza igual: “respeto a la presunción de inocencia”, “confianza en los protocolos internos”, “decisión personal de apartarse para no perjudicar al partido”. El foco nunca está en las víctimas, siempre en el daño a la marca.
En cualquier partido, da igual el color, el patrón se repite: denuncias que entran por canales internos, silencios, versiones cambiantes, dimisiones a medias y un ecosistema mediático y jurídico que sólo se mueve del todo cuando el escándalo ya es imposible de tapar. El problema no es un nombre propio, es una cultura política que protege al cargo hasta el último minuto.
Cuando se encadenan varios casos de presunto acoso sexual en la misma organización, deja de ser un accidente y empieza a ser un diagnóstico. Hablar de “manzanas podridas” es cómodo; hablar de estructuras de poder que normalizan tocamientos, insinuaciones, chantajes emocionales o abusos en despachos, ya no tanto.
Los mismos partidos que legislan contra la violencia machista han demostrado ser incapaces de mirarse al espejo cuando el agresor presunto lleva su carné. Hablan de “modelo de igualdad” mientras las denunciantes relatan años de presiones, de puertas cerradas y de expedientes que sólo avanzan cuando la prensa lo cuenta.
La política no tiene un problema de comunicación, tiene un problema de poder: hombres blindados por siglas, sueldos públicos y redes internas que les protegen incluso cuando ya son una bomba reputacional. Si los partidos quieren credibilidad, no basta con un protocolo PDF; hace falta romper la lógica de protección del compañero y entender que el coste ya no es una portada, es la deslegitimación entera de su discurso feminista.
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