Vox, menores y agresión sexual | Vox, cultura del abuso y silencio
Vox, su jefe de redes y una denuncia por agresión sexual a un menor destapan en la ultraderecha: abuso de poder, hipocresía moral y cultura interna de tolerancia al abuso.
Vox, menores y la hipocresía moral
Vox lleva años acusando a la izquierda de “corromper a los menores” por defender la educación sexual y los derechos LGTBI, llegando a señalar a Irene Montero de “apología de la pedofilia”. Hoy su propio jefe de redes está denunciado por una presunta agresión sexual a un colaborador de 16 años, en un contexto de mensajes insistentes, tocamientos y abuso de superioridad dentro del partido y de Revuelta.
Cuando Vox gritaba “protección de los niños”, estaba construyendo un escudo retórico que ahora se les vuelve boomerang: el monstruo no estaba en las aulas de educación sexual, estaba en sus despachos y en sus chats privados.
Estructuras juveniles sin protección, solo poder
El caso de Javier Esteban no es solo un “escándalo personal”: revela cómo los partidos, y en particular Vox, usan a menores y jóvenes colaboradores sin protocolos claros, sin garantías, sin espacios seguros. Un adulto con cargo, controlando oportunidades en redes y proyectos como “Bipartidismo Stream”, frente a un menor que solo quería hacer política y vídeos, es la definición perfecta de vulnerabilidad instrumentalizada.
No es el primer caso que salpica a Vox: ya arrastra condenas y causas por abusos sexuales, violencia machista y agresiones a personas vulnerables en sus filas locales. La lista empieza a parecer estructura, no accidente.
Cultura interna y derecho de pernada
Mientras el menor denunciaba abusos de superioridad, Vox se limitaba a negar los hechos, y el jefe de redes terminaba dándose de baja del partido intentando culpar a otros de una “venganza política”. Esa reacción defensiva, sin empatía con la víctima, revela una cultura interna más preocupada por blindar la marca que por proteger a los menores.
Vox no puede seguir señalando a profesores, feministas y activistas, mientras en su propia casa se encadenan casos de abusos a menores, discapacitados y jóvenes en situación de dependencia. Si la ultraderecha tiene un modelo de “protección de la infancia”, se parece demasiado a un derecho de pernada disfrazado de cruzada moral.
La guerra cultural también es digital
El presunto agresor no es un militante cualquiera: es el responsable de redes de un partido que ha convertido X y TikTok en trincheras de odio moralista. La agresividad de Vox en redes contra feministas, migrantes y menores trans contrasta brutalmente con las prácticas atribuidas a quien dirigía esa maquinaria digital.
Vox ha hecho de la “delincuencia del otro” su gasolina electoral, mientras tapa, minimiza o expulsa discretamente a sus propios abusadores. La guerra cultural no se libra solo en el Congreso, también en los DMs donde un adulto con cargo presiona a un menor para cruzar límites que nunca deberían cruzarse.
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